Entre libros y una raqueta de tenis; historia en tres Sets
PRIMER SET.- Siempre a las seis de la mañana. Gabriel García Márquez se aparecía completamente vestido de blanco en aquella cancha de tenis de un conocido hotel en Cartagena. Sobresalía en su diestra una raqueta de tenis profesional color verde.
Cerca de cumplir los 80, el escritor de El coronel no tiene quien le escriba tomó la práctica del tenis por sugerencia médica. En 1992 le extrajeron un tumor del pulmón derecho y el doctor le recomendó caminatas mañaneras. Sólo que, en su andar, la gente lo interrumpía a cada rato. Cómo no interrumpirlo, si era García Márquez de carne y hueso. Entonces, Gabo se refugió en una cancha de tenis y así tener todos los días sus 40 minutos de soledad.
Empecé a jugar tenis en el momento en el que supe que me iba a morir”, llegó a decir Gabriel en un par de entrevistas para medios colombianos.
El escritor tomó por maestro a un recogepelotas colombiano llamado Wilson Álvarez, de apenas 15 años. Hombre de letras, al maestro Gabriel García Márquez le costaba trabajo el saque. La habilidad de elevar la pelota y meterla dentro del cuadro, del otro lado de la red.
Pocos conocieron su dedicación por el deporte blanco en la última década de su vida, aunque el maestro se aparecía en la Ciudad de México y La Habana con libros, cuadernos y su raqueta profesional color verde.
Más bien, en su biografía se escribió de aquel niño en Aracataca que jugaba beisbol con pelota de trapo y futbol en la calle. Gabriel decía que, en su infancia, el tenis sólo lo jugaban los gringos que vivían en Colombia. Algo que a él le llamaba la atención.
Con el paso de los años, García Márquez adoptó la Ciudad de México como su segunda casa y el Club France el lugar ideal para practicar el tenis. Ahí conoció a Elena Osuna, la hermana del famosísimo Pelón Osuna, nada menos que el mejor tenista mexicano de todos los tiempos. Supo que ella escribió un libro de Rafael Osuna titulado Sonata en set mayor y le pidió que le regalara uno autografiado. “Ponle para Gabo”.
SEGUNDO SET.- El escritor mexicano Juan José Arreola quiso ser tenista y no pudo. Por más que juntó sus centavos, de chamaco no le alcanzó para su raqueta Wilson. Bueno, también quiso ser torero y ciclista, pero le llamaba la atención el tenis debido a que en su viejo Zapotlán había una cancha y muchos querían ser héroes de la raqueta.
Lo suyo fue el ajedrez y el pin pon, enfrentamientos extremos. El primero, un duelo con diálogo lento, mientras que el segundo se resolvía con un par de raquetazos.
El pin pon o tenis de mesa llegó a la vida de Juan José Arreola casi al mismo tiempo que el gusto por los libros. A la casa de huéspedes de sus tías en Zapotlán (hoy Ciudad Guzmán) llegó un inquilino que puso una mesa de tenis. El chamaco Juan José ya no se despegaría de aquella mesita.
Arreola siguió de lejos su gusto por el tenis, aunque no lo practicó. Sin embargo, en una ocasión se declaró admirador de aquel jovencito mexicano apodado el Pelón, quien a sus 20 años se convirtió en campeón en Wimbledon y después, en la Ciudad de México, paró el tránsito nomás de cruzar la calle Mariano Escobedo, del hotel al deportivo Chapultepec. México jugaba la Copa Davis y el Pelón Osuna se había detenido a firmar autógrafos, mientras el rival en turno esperaba en el banquillo.
El maestro Arreola creció en la Ciudad de México, se hizo hombre de letras y teatro, además de profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México. Nunca dejó su amor por el ajedrez y el tenis de mesa. De hecho, en la Facultad de Filosofía y Letras tuvo una alumna con la que dedicó muchas horas para, además de hablar de libros, jugar al tenis de mesa.
Ella fue campeona nacional en su pubertad y conocía de primera mano anécdotas y datos del Pelón Osuna. Era su hermana Elena.
Un día, Elena le comentó al maestro Arreola que estaba escribiendo un libro sobre su hermano (Sonata en set mayor) y quería que su profesor escribiera el prólogo. El escritor de Confabulario (1952) y Palindroma (1971) entre otras obras, le pidió que le adelantara un capítulo de tal libro para ver si le interesaba. “Ya veremos”, fue su primera respuesta.
TERCER SET.- Elena Osuna puede presumir dos cosas que pocos pueden: autografiarle un libro propio al Nobel Gabriel García Márquez y que éste se encuentre en la biblioteca personal del colombiano. Y una tercera es que el prólogo de su libro lo haya escrito el maestro Juan José Arreola.
También se dio el lujo de jugar una docena de veces con el colombiano García Márquez en las canchas de tenis del Club France y regresar al tenis de mesa, ya casada y con tres hijos, con su maestro y amigo Arreola.
¡García Márquez era malísimo con la raqueta, pero era García Márquez! No importaba que no pasara la pelota”, relata Elena Osuna, vía telefónica, quien prepara una segunda edición de su libro Sonata en set mayor, a un poco más de 50 años de la muerte de su hermano Rafael Osuna en aquel trágico accidente aéreo (4 de junio de 1969).
Elena recuerda que Gabriel García Márquez quería conocer más de la historia del Pelón Osuna y qué mejor que fuera de labios de su hermana Elena. Además, tendría la oportunidad de pelotear con ella.
Fue un intercambio de pelotazos y comentarios literarios”, recuerda doña Elena, quien escuchaba al colombiano hablar de los escritores rusos, sus favoritos, así como literatos ingleses.
Era un premio Nobel muy sencillo. Cuando supo que escribí un libro sobre el Pelón Osuna, me pidió que le regalara un ejemplar y se lo autografiara. Me pidió que le pusiera ‘para Gabo’ en la dedicatoria”.
Sobre Juan José Arreola, Elena Osuna reconoce que “él sí era bueno para jugar tenis de mesa”, aunque cuando se enfrentaron, la hermana de Rafael Osuna ya no era la jovencita campeona nacional que tuvo que enfrentar a los varones en el pin pon porque había acabado con todas las competidoras.
Fue mi maestro en la UNAM (Filosofía y Letras) y un gran amigo. También jugué muchas veces con su hijo Orso, otro gran escritor y jugador de tenis de mesa”, comenta Elena Osuna, quien además de gran jugadora se convirtió en mujer de letras.
A pesar de su amistad con Arreola, el maestro no le había asegurado que le escribiría el prólogo. Le había pedido un adelanto del texto, para ver si valía la pena comprometer su firma. Y del “ya veremos”, siguió un “escribes bien”.
El maestro Arreola aceptó firmar el prólogo. Aquí, una parte de dicho texto: “Con su andar cauteloso y sus dinámicos desplazamientos de gato, que iban desde la volea al fondo hasta la gracia sin par de la dejadita, como no queriendo, al borde justo de la red. Donde quiera que estaba, Rafael siempre estuvo en el terreno deportivo, dispuesto a ganar, pero aceptando el riesgo de perder”.
Para el maestro Arreola, escribir del Pelón Osuna fue lo más cercano a estar dentro de una cancha de tenis. Algo que el de Zapotlán soñaba de pequeño.
A CINCO DECADAS
Rafael Belmar Osuna es sobrino de Rafael Osuna y recuerda la importancia del tenista para el deporte mexicano en los años 60. “El Pelón iba a encender el pebetero olímpico en México 68, pero el movimiento estudiantil de aquel año hizo que de alguna manera se eligiera a una mujer (Queta Basilio)”.
Osuna ganó el US National (hoy US Open) en 1963 al local Frank Froehling por 7-5, 6-4 y 6-2. Tenía 25 años y por esas fechas se graduó en Administración de Empresas en la Universidad del Sur de California. Tres veces campeón en dobles con Dennis Ralston (Wimbledon 1960), con su paisano Antonio Palafox (US National 1962) y el mismo Toño Palafox (Wimbledon 1963).
Era tanto el cariño y la admiración por Osuna que, tras el desfile de la delegación en México 68, los atletas de nuestro país se arremolinaron ante mi tío para pedirle el autógrafo y tomarse la foto”, comenta Rafael Belmar, quien también participa en la segunda edición del libro de su mamá, Elena Osuna, Sonata en set mayor, texto biográfico del Pelón Osuna, quien en los Juegos Olímpicos del 68 ganó el oro en singles y dobles en tenis.
En aquellos juegos el tenis se jugó como exhibición y demostración, por lo que las medallas de Osuna no contabilizaron en el medallero para México. “Pero tuvieron el mismo valor que la medalla del Tibio Muñoz, por ejemplo”, relata Rafael Belmar.
Un año después (4 de junio de 1969) el Pelón Osuna moriría en un accidente aéreo rumbo a Nuevo León, en el vuelo 704 de Mexicana de Aviación. Fueron 79 víctimas, entre ellas el político Carlos Madrazo y su esposa.
Cosas del destino. En esa ocasión, el Pelón Osuna iba retrasado y el taxista en turno aceleró para que el famoso campeón llegara a tiempo a su vuelo. Se subió al avión, pero no llegó a su destino.