El arte de la fuga

El arte de la fuga

Por Desiderio García Sepúlveda

AMLO: el sexenio de las promesas rotas

En política, las promesas no siempre son un contrato escrito, pero sí son un compromiso público. Andrés Manuel López Obrador llegó al poder con la fuerza de una narrativa que prometía un cambio histórico: crecimiento económico sostenido, paz con justicia y la erradicación de la corrupción. Sin embargo, el balance histórico de su sexenio es contundente: ninguna de esas tres banderas ondea victoriosa.
La primera gran promesa fue el crecimiento. López Obrador aseguró que la economía mexicana se expandiría al doble de lo que lograron los gobiernos “neoliberales”: 4% anual en promedio y 6% en su último año. La realidad fue otra: apenas 0.6% en promedio, el desempeño más pobre en seis sexenios. El presidente culpó a la pandemia y a los factores externos, pero incluso descontando 2020, México quedó rezagado frente a países comparables de América Latina. Y el golpe a la inversión privada, la incertidumbre regulatoria y los caprichos en materia energética hicieron el resto.
La segunda promesa fue la seguridad. López Obrador juró que “el día que yo gane, se acaba la violencia”. No sólo no ocurrió: su sexenio termina como el más sangriento de la era moderna, con alrededor de 200 mil homicidios. El compromiso de reducir a la mitad los delitos quedó en cifras parciales: los homicidios bajaron apenas 12% y el feminicidio 7.3%, mientras crecieron otros delitos ligados a la libertad personal. El caso Ayotzinapa, que prometió esclarecer “caiga quien caiga”, se cerró en falso, con familias acusando opacidad del Ejército. En este terreno, la autoproclamada “estrategia de abrazos, no balazos” se convirtió en un lema vacío frente a la brutalidad criminal.
La tercera bandera, la más repetida, fue el combate a la corrupción. El expresidente de México afirmaba que, si el presidente no roba, nadie lo hace. El tiempo le devolvió la frase como un bumerán. Escándalos como Segalmex —el mayor desfalco documentado en décadas— y el huachicol fiscal, exhibieron un gobierno que no desterró la corrupción, sino que la disfrazó bajo un discurso moralizante. A ello se sumaron las adjudicaciones directas, que se multiplicaron hasta alcanzar niveles superiores al 90% en algunas dependencias.
En salud, otra de las promesas centrales, la brecha entre el dicho y el hecho fue abismal. El presidente aseguró que México tendría un sistema “como el de Dinamarca”. Lo que dejó, en cambio, fueron 30 millones de personas más sin acceso a servicios de salud y 15 millones de recetas médicas no surtidas. La escasez de medicamentos para niños con cáncer se volvió un símbolo de la negligencia gubernamental.
Las grandes obras insignia tampoco salieron ilesas. El Tren Maya, con un sobrecosto de casi cuatro veces su presupuesto original, dejó daños ambientales documentados y consultas simuladas a comunidades indígenas. La refinería de Dos Bocas costó el doble y aún no opera a plena capacidad. Ambas representan no sólo el dispendio, sino también la prioridad distorsionada de un gobierno que prometió no endeudarse y terminó dejando la deuda pública en niveles récord.
Es justo reconocer que hubo logros. El aumento al salario mínimo y la consolidación de programas sociales como las pensiones para adultos mayores marcan avances reales. Nadie puede negar que millones de hogares sintieron un alivio. Pero incluso esos aciertos llegan acompañados de preguntas: ¿cuánto son sostenibles en un país con bajo crecimiento, menos inversión y una recaudación insuficiente?
En conjunto, lo que se prometió como una “Cuarta Transformación” terminó siendo un sexenio de promesas incumplidas y realidades maquilladas. López Obrador insistió hasta el final en que pasará a la historia como uno de los mejores presidentes de México. La memoria, sin embargo, es más terca que la retórica. Los datos, los escándalos y las contradicciones pesan más que cualquier mañanera.
La verdadera herencia de AMLO no son las obras inconclusas ni las mañanas de discursos, sino el desencanto de una ciudadanía que creyó en el cambio y se topó con más de lo mismo: corrupción, violencia y estancamiento económico. Su sexenio quedará como una advertencia: no basta con tener el monopolio de la esperanza si al final se gobierna con improvisación, clientelismo y soberbia.

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