El arte de la Fuga

El arte de la Fuga

Por: Desiderio García Sepúlveda

Ozzy en el Congreso: metal, aplausos y olvido institucional

Mientras el Legislativo ovaciona a una leyenda del rock, miles de víctimas en México siguen esperando justicia, memoria y atención

En este país, donde las desapariciones alcanzan decenas de miles y los feminicidios repuntan en las estadísticas oficiales, el Congreso de la Unión encontró tiempo y entusiasmo para rendir homenaje a Ozzy Osbourne. De pie, entre sonrisas y palmaditas, los legisladores ofrecieron un minuto de aplausos al fallecido ícono del heavy metal. Que no se diga que México no honra a sus muertos… aunque sean británicos.

La muerte de Ozzy Osbourne, sin duda, marca el fin de una era musical. Con Black Sabbath, generó una tempestad sonora que canalizó la furia de una juventud desencantada. Su vida fue una provocación constante al puritanismo, un espejo incómodo de la hipocresía social, y su influencia es enorme e indiscutible. Pero el verdadero problema no es rendir tributo a Ozzy ni a su legado; el problema es que, mientras los legisladores realizan homenajes que parecen parte de un sketch de comedia, miles de madres continúan buscando a sus hijos desaparecidos con las uñas. Y nadie, absolutamente nadie, en el Poder Legislativo les ha ofrecido un solo aplauso o reconocimiento.

Gerardo Fernández Noroña en el Senado y Sergio Gutiérrez Luna en el Congreso de la Unión encabezaron la escena, que oscila entre el performance nostálgico y el desatino político. Ambos se proclamaron “metaleros de corazón” y, conmovidos, declararon que en la legislatura también hay muchos compañeros y compañeras que vibran con los riffs del heavy metal. En una nación donde los asesinatos diarios superan los cien casos y la impunidad ronda el 94 por ciento, esa frase no suena rebelde; suena cínica. El Legislativo —ese que archiva iniciativas clave, oculta encubrimientos, protege a personajes nefastos y fabrica cortinas de humo— ha elegido el metal como su nueva banda sonora mientras la realidad del país arde.

No se trata de restar mérito al legado cultural de un artista. Se trata de prioridades. ¿Cuántos minutos de silencio han rendido nuestros diputados por los periodistas asesinados? ¿Cuántos aplausos han ofrecido a los colectivos de búsqueda que arriesgan la vida ante el crimen organizado y la indiferencia estatal? ¿Cuándo fue la última vez que alguien se puso de pie por las víctimas de Ayotzinapa, de Tlatlaya o de San Fernando?

La política mexicana está atrapada en un delirio simbólico: simula cercanía, juega al espectáculo, se disfraza de pueblo, pero no gobierna. Rinde homenajes sin memoria y hace promesas vacías. Y cuando la indignación toca a la puerta, responde con censura, memes, aplausos o una esquela en redes sociales.

Ozzy Osbourne, con toda su oscuridad provocadora, sabía que la música puede ser también un acto de resistencia. En cambio, nuestros representantes han convertido la política en una parodia de sí misma. Y lo más doloroso es que lo hacen a plena luz del día, frente a las cámaras y sin un atisbo de vergüenza.

En 1994, en plena crisis de representación, el escritor José Saramago escribió: “El poder real es el que no se ve, el que no responde, el que no rinde cuentas”. En México, el poder ya ni siquiera intenta ocultarse. Se pone de pie, aplaude a Ozzy y vuelve a sentarse en su eterna indiferencia, como si el país no se desangrara a sus pies.

Noticias relacionadas