El arte de la fuga

El arte de la fuga

Por: Desiderio García Sepúlveda

La sociedad del cansancio

Este año, el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades fue otorgado al filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Y no se trata de un premio más. Es una especie de campanazo de alerta. Porque Han es uno de los pocos pensadores que se atreve a señalar lo que muchos prefieren ignorar: que el sujeto moderno, hiperconectado, hiperproductivo y obsesionado con mostrarse feliz… está agotado.

Byung-Chul Han no es un filósofo cómodo. No da recetas para ser más eficientes, ni te dice que todo va a estar bien. Lo que hace es incomodar. Su crítica va al corazón del modelo actual: vivimos creyendo que somos libres porque elegimos, porque compartimos y porque trabajamos cuando queremos. Pero en realidad —dice Han— nos estamos autoexplotando. Ya no necesitamos jefes que nos vigilen, porque nosotros mismos nos presionamos sin descanso.

Vivimos en la “sociedad del cansancio”, como él la llama. Una sociedad donde estar ocupado es señal de valor, donde descansar es casi un pecado, y donde la productividad se ha convertido en una forma de identidad. Pero el precio es alto: ansiedad, soledad, insomnio y vacío.

Y ojo, no es que Han sea un nostálgico ni un tecnófobo. Lo que él propone es algo mucho más radical: volver a mirar al otro, recuperar el silencio, detenernos. Pensar. Y pensar en serio. Porque la lógica de la positividad que hoy nos gobierna —esa que dice “tú puedes”, “sé tu mejor versión”, “haz más”— nos está dejando sin espacio para el duelo, para el desacuerdo, incluso para el deseo.

Lo paradójico es que, mientras sus ideas critican el modelo dominante, muchos lo citan como si fuera parte del marketing espiritual del momento. Lo convierten en un slogan. Pero Han no busca inspirarte. Busca sacudirte. Y por eso este premio importa. No porque le dé fama, sino porque puede ayudar a que lo escuchemos de verdad.

Hoy, reconocer a Byung-Chul Han es darnos cuenta que algo anda mal en esta carrera desenfrenada por mostrarnos felices mientras nos sentimos cada vez más solos. Tal vez ya sea hora de bajarle el volumen al mundo… y empezar a escucharnos.

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