El arte de la fuga

El arte de la fuga

Por: Desiderio García Sepúlveda

Leer y no leer

En México, la lectura se encuentra en una continua disminución; aunque el gobierno repita que “leer es un derecho”, esa afirmación parece más un adorno retórico que una convicción respaldada por acciones concretas. Los números son elocuentes: en menos de una década, la población lectora adulta cayó del 84% a menos del 70%, según datos del INEGI. Además, las estadísticas en las aulas son igualmente preocupantes: más del 60% de los niños y niñas de primaria enfrentan dificultades para leer con fluidez y comprender lo que leen.

Ante esta emergencia cultural, la respuesta oficial sigue siendo la misma: promesas vagas, planes carentes de sustancia y programas con nombres rimbombantes como “República Lectora”, sin un respaldo operativo claro. En el nuevo Plan Nacional de Desarrollo, se menciona la aspiración de “llevar la cultura a todos los ámbitos” y de “fortalecer el enfoque comunitario”, pero no se explicita cómo se llevará a cabo, cuáles serán los recursos ni quién asumirá la responsabilidad.

Preocupa, además, la persistencia en confiar en figuras cuya gestión previa no ha logrado producir resultados tangibles. Se ha vuelto a designar a Paco Ignacio Taibo II al frente del esfuerzo, a pesar de que su Estrategia Nacional de Lectura, lanzada en 2019, no estableció políticas públicas sólidas ni sostenibles. En lugar de seguir un plan estructurado con metas claras y continuidad, su gestión se ha concentrado principalmente en ferias de libros con títulos de saldo y donaciones simbólicas. Si bien estas acciones pueden tener un valor puntual, son insuficientes para desarrollar una cultura lectora a largo plazo.

Lo que se requiere trasciende eventos aislados o gestos simbólicos; es urgente crear una infraestructura sólida —incluyendo bibliotecas escolares dignas, espacios de lectura comunitarios y centros culturales accesibles—, formar lectores críticos desde la infancia mediante programas escolares coherentes y capacitación docente especializada. También es esencial apoyar a las editoriales nacionales, garantizar la distribución equitativa de libros en todo el país, fomentar una producción literaria diversa y respetar la pluralidad de intereses, evitando el adoctrinamiento o la instrumentalización ideológica.

No se trata solo de que más personas abran un libro, sino de que comprendan lo que leen, desarrollen un pensamiento crítico y participen activamente en la vida democrática con herramientas efectivas. Un país que no forma lectores pierde la capacidad de imaginar y construir su futuro.

Hoy, lo que se observa es una tendencia preocupante: un abandono sistemático del fomento a la lectura, adornado con retórica populista. La lectura no requiere discursos. Necesita políticas coherentes, voluntad genuina y respeto por la inteligencia de la ciudadanía. Si el gobierno sigue abordando este tema como una ocurrencia ideológica y no como un pilar estratégico del desarrollo, México seguirá descendiendo no solo en los índices, sino —lo que es más grave— en su capacidad para entenderse a sí mismo.

Noticias relacionadas