El arte de la fuga

El arte de la fuga

Por: Desiderio García Sepúlveda

¿Subir el salario mínimo a 9,500 pesos? Sí, pero no así

Subir en México el salario mínimo a 9 mil 500 pesos para el próximo año parece ser una victoria para los trabajadores. Esta cifra finalmente se aproxima a la dignidad que debería acompañar cualquier empleo formal. Sin embargo, detrás del anuncio optimista de la presidenta Claudia Sheinbaum, se plantea una pregunta incómoda que no se puede ignorar: ¿es sostenible este aumento en un entorno económico que se debilita? Mejorar los sueldos es una cosa; implementarlo sin una estrategia sólida que evite daños colaterales es otra muy distinta.

Desde 2018, el salario mínimo ha recuperado poder adquisitivo: hoy alcanza para 1.8 canastas básicas, mientras que en años anteriores apenas alcanzaba para una. El plan de llegar a 2.5 canastas para 2030 es audaz. No obstante, el contexto actual plantea un problema. La economía mexicana apenas respira, con un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) del 0.2%, desaceleración industrial, generación de empleo formal estancada y un panorama global lleno de nubarrones, que abarca desde tensiones arancelarias con Estados Unidos, hasta la persistente inflación global.

En este entorno, implementar un aumento del 12% al salario mínimo sin un plan económico que lo respalde equivale a jugar a la ruleta rusa. Aunque puede parecer justo, existe el riesgo de efectos contraproducentes: cierre de pequeñas empresas, aumento de la informalidad y presión sobre los precios. Ya lo hemos visto antes. Si los costos laborales aumentan sin incrementos en productividad ni apoyos a las micro y pequeñas empresas, muchos negocios simplemente no podrán sostenerse.

Además, el nuevo salario mínimo se acerca peligrosamente al ingreso promedio formal. ¿Qué implica esto? Que se achata la estructura salarial. Si el mínimo se iguala al sueldo de entrada en diversas empresas, se desincentiva la preparación, el esfuerzo y la movilidad laboral. A largo plazo, esto puede estancar el crecimiento de muchos trabajadores.

No cabe duda de que elevar el salario mínimo ha sido una política necesaria. Sin embargo, hacerlo por decreto, sin evaluar el contexto económico, es arriesgado. El aumento debe ir acompañado de políticas claras que impulsen la productividad, formalicen empleos, apoyen a pequeñas empresas y mantengan la inflación bajo control.

Es saludable para la economía de las familias mexicanas que el salario mínimo continúe creciendo. Aun así, debe hacerse de manera inteligente y no solo por motivos populistas. De lo contrario, corremos el riesgo de que una política bien intencionada se convierta, al final, en un boomerang económico.

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