‘Nos odian’: La realidad de un agente de la Patrulla Fronteriza de EU
Un agente de la Patrulla Fronteriza en Tucson dijo que le habían dicho que era un “vendido” y un “asesino de niños”. En El Paso, un agente mencionó que sus colegas y él evitan comer juntos cuando llevan uniforme excepto en ciertos restaurantes “amigables con la Patrulla Fronteriza” debido a que “siempre existe la posibilidad de que escupan en la comida”. Un agente en Arizona renunció el año pasado debido a que se sentía frustrado. “Encarcelar a la gente por una actividad no violenta comenzó a carcomerme por dentro”, dijo.
Durante décadas, los agentes de la Patrulla Fronteriza fueron una fuerza de seguridad que pasaba mayormente inadvertida. A lo largo de la frontera suroeste, su trabajo era polvoriento y solitario. Entre persecuciones impulsadas por la adrenalina, las cáscaras de las semillas de girasol se apilaban afuera de las ventanas de sus camionetas pick-up inmóviles. Su especialidad era conocida como “guardarse”, lo cual significaba ocultarse en el desierto y los arbustos durante horas, esperando y observando, sin hacer nada más.
Hace dos años, cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca con la promesa de cerrar la puerta a la inmigración ilegal, todo cambió. Los casi 20.000 agentes de la Patrulla Fronteriza se convirtieron en la vanguardia de las medidas enérgicas más agresivas contra los migrantes que se hayan impuesto.
Ya no eran una organización casi militar, con la tarea de interceptar a los traficantes de drogas y perseguir a los contrabandistas. En cambio, su principal labor se transformó en bloquear y detener a cientos de miles de familias migrantes que huían de la violencia y la pobreza extrema, escoltar a miles de personas a tiendas de campaña y recintos parecidos a jaulas, separar a los niños de sus padres y enviar a estos últimos a prisión, identificar a quienes estaban demasiado enfermos para sobrevivir al calor en los centros de procesamiento tremendamente hacinados en toda la frontera sur.
Desde septiembre de 2018 han muerto diez migrantes bajo custodia de la Patrulla Fronteriza y la institución de la que depende, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza.
En meses recientes, la saturación extrema en la frontera ha comenzado a disminuir, con los migrantes rechazados y obligados a esperar en México mientras sus solicitudes de asilo son procesadas. La semana pasada, la Corte Suprema permitió al gobierno cerrar aún más la puerta, al menos por ahora, al requerir a los migrantes de países que no son México a demostrar que les fue negado el refugio en otro país antes de solicitar el asilo.
La Patrulla Fronteriza, cuyos agentes han pasado de tener los trabajos menos visibles dentro de la gama de autoridades encargadas de hacer cumplir la ley a uno de los más odiados, está pasando por una crisis tanto en lo que respecta a su misión como a su moral. Los agentes crearon un grupo privado de Facebook en el que se referían con palabras crueles y sexistas a los migrantes y los políticos que los apoyan. Las publicaciones, que recientemente salieron a la luz, reforzaron la percepción de que los agentes suelen ver a la gente vulnerable a su cuidado con una mezcla de frustración y menosprecio.
Las entrevistas con veinticinco agentes y exagentes en Texas, California y Arizona —algunas de las cuales se llevaron a cabo con la condición del anonimato a fin de que los agentes pudieran hablar con mayor franqueza— sitúan a la agencia en medio de un atolladero político, operativo y existencial. Abrumados por los migrantes desesperados, muchos agentes están cada vez más a la defensiva, aislados y resentidos.
El presidente del sindicato de los agentes afirmó que había recibido amenazas de muerte. Un agente del sur de Texas dijo que algunos agentes que conoce estaban buscando otros trabajos en agencias federales de procuración de justicia. Un agente en El Paso le dijo a un agente retirado que estaba tan indignado por los escándalos que quería que se eliminara el lema “Honor primero”, que aparece en los vehículos color verde y blanco de la Patrulla Fronteriza.
Haber pasado de que la gente no supiera mucho acerca de nosotros a que la gente realmente nos odie, es difícil”, comentó Chris Harris, quien fue agente durante veintiún años y un funcionario del sindicato de la Patrulla Fronteriza hasta que se jubiló en junio de 2018. “No hay duda de que la moral había sido baja en el pasado y ahora está por los suelos. Sé de muchos colegas que solo quieren irse”.
EDUARDO JACOBO, AGENTE EN EL SECTOR DEL CENTRO DE CALIFORNIA
La diferencia entre hacer el trabajo ahora y cuando empecé es abismal. Antes, era un golpe de adrenalina cuando uno atrapaba traficantes de drogas. Hacíamos más trabajo policial. Ahora es trabajo humanitario. Si preguntan a la gente cómo es estar en la Patrulla Fronteriza, evocará una escena de película, como saltar a un edificio en llamas y salvar gente. Ahora significa cuidar de niños y darles la fórmula láctea.
La agencia ha estado dispuesta a ser quien haga cumplir las políticas migratorias más duras del gobierno de Trump. En videos difundidos el año pasado, los agentes de la Patrulla Fronteriza podían ser vistos cuando destruían garrafas de agua dejadas en una sección del desierto de Arizona donde grandes cantidades de migrantes han sido encontrados muertos.
Las intensas críticas dirigidas a la Patrulla Fronteriza son necesarias e importantes porque pienso que existe una cultura de crueldad o insensibilidad”, dijo Francisco Cantú, un exagente que es el autor de The Line Becomes a River, un libro de memorias sobre su etapa en la agencia de 2008 a 2012. “Hay falta de supervisión. Hay mucha impunidad”.
La Patrulla Fronteriza se creó en 1924. Los primeros agentes fueron reclutados de los Guardias de Texas, un cuerpo especial del Departamento de Seguridad Pública de Texas, y las oficinas de los alguaciles locales. Su labor principal era detener a los traficantes de whisky de la época de la ley seca, y a menudo tenían que contar con su propio caballo y montura. Aunque todavía existen las unidades montadas de la Patrulla Fronteriza, la cultura de la agencia se parece muy poco a su pasado.
Ahora se ha convertido en una organización en expansión; un brazo de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), la agencia federal de procuración de justicia más grande del país, que es responsable de vigilar más de 11.000 kilómetros de la frontera norte y sur de Estados Unidos, alrededor de 152.000 kilómetros de costas y los 328 puertos de entrada. Sin embargo, a nivel práctico, los centros de la Patrulla Fronteriza a lo largo de la frontera mexicana, conocidos como sectores, operan hasta cierto punto como feudos.
En las ciudades fronterizas, los jefes de sector se vuelven personajes famosos y figuras de autoridad, e incluso pronuncian informes sobre el estado de la frontera. En la década de los noventa, un jefe del sector de El Paso, Silvestre Reyes, usó su popularidad en el puesto para hacerse de una curul en el congreso.
En El Paso y otras comunidades fronterizas, convertirse en un agente ha sido visto desde siempre como un boleto a la clase media. Un agente recién llegado con un diploma de bachillerato sin experiencia alguna puede esperar ganar 55.800 dólares al año, incluido el tiempo extra, y ese monto puede aumentar a 100.000 dólares en tan solo cuatro años.
Pero dado el trabajo extenso, solitario, a menudo bajo un calor sofocante y en lugares remotos, y la creciente carga de trabajo, la agencia ha tenido dificultades para reclutar: sigue teniendo unos 1.800 agentes por debajo de sus objetivos de contratación anteriores.
Algunos trazan el origen de la creciente amargura y frustración entre los agentes hasta 2014, cuando un gran número de familias migrantes, así como niños no acompañados, comenzaron a llegar a la frontera. Muchos agentes dijeron que no se les había dado el dinero o la infraestructura para manejar la crisis emergente. Las madres desesperadas y los niños enfermos tuvieron que ser conducidos a recintos cercados porque no había otro lugar para colocarlos.
Algunos agentes culparon a los padres migrantes por traer a sus hijos a este caos. Su rabia comenzó a crecer durante la presidencia de Barack Obama. Luego, con la elección de Trump, encontró una voz en la Casa Blanca.
El grupo privado de Facebook, que se creó en 2016 y tenía más de nueve mil miembros, se convirtió en un foro para que los agentes manifestaran su frustración por la naturaleza cada vez más ingrata de su trabajo y el fracaso de los últimos gobiernos para asegurar totalmente la frontera.
Algunos agentes que eran miembros del grupo mencionaron que el tono de las publicaciones cambió después de que Trump resultara electo, ya que se volvió más atrevido y adquirió mayores tintes políticos. Una publicación se burlaba de la muerte de un migrante de 16 años mientras estaba en la custodia de la Patrulla Fronteriza en la estación de Weslaco, Texas, con una imagen que tenía la leyenda “Ni modo”. Un integrante usó una grosería para proponer lanzarles burritos a dos congresistas demócratas latinas.
UN AGENTE AL SUR DE TEXAS
Lo que realmente me molesta es que, durante un tiempo, la agencia sabía sobre este grupo. Esas historias son ciertas. Había agentes de la Patrulla que lo administraban. Sabían que eso estaba mal.
Sin embargo, en cierto sentido, las publicaciones reflejaban una cultura que durante mucho tiempo fue evidente en partes de la agencia. Durante años, la Patrulla Fronteriza ha tolerado sin decir nada la terminología racista para referirse a los migrantes que muchos consideran ofensiva. Algunos agentes se refieren a los migrantes como “mojados”, una versión abreviada de “espaldas mojadas”. Otros los llaman “toncs”.
Jenn Budd, una exagente que ahora critica de manera abierta a la agencia, dijo que un supervisor en la estación de la Patrulla Fronteriza en California le había explicado qué quiere decir “tonc”: “Él dijo que era el sonido que hace una linterna cuando se usa para golpear a un migrante en la cabeza”, explicó Budd, quien trabajó durante seis años en la agencia.
Josh Childress, un exagente de Arizona que renunció en 2018 debido a que el trabajo había comenzado a desgastarlo, dijo que las publicaciones de Facebook indicaban un problema más profundo y oscuro en la cultura de la agencia. “Las bromas no son el problema”, afirmó. “Tratar a las personas como si no fueran humanos lo es”, sentenció.
En Caléxico, California, a 197 kilómetros al este de San Diego en la zona agraria de Valle de Imperial al sur de California, puede observarse el microcosmos de la relación entre una comunidad fronteriza y sus agentes. El valle, rodeado de montañas accidentadas, el desolador desierto y el río Colorado, tiene una economía que gira en torno a los trabajos agrícolas de temporada y el trabajo gubernamental. Las temperaturas máximas llegan a los 46 grados Celsius durante los secos meses de verano.
Aquí es donde alrededor de ochocientos agentes de la Patrulla Fronteriza trabajan en el vasto sector de El Centro, que se extiende unos 112 kilómetros de este a oeste a lo largo del valle. Puede verse a los agentes patrullando en bicicletas y a bordo de sus vehículos blancos en Caléxico, cuyo centro se encuentra frente a las vigas color rojo ocre que separan a Estados Unidos y México.
Cuando Trump visitó la ciudad en abril para promocionar 3,7 kilómetros de un nuevo muro fronterizo —compuesto por una hilera de tiras de acero delgadas y oscuras de 9 metros de alto que terminan en punta—, Ángel Esparza organizó una marcha de unidad binacional que atrajo a doscientas personas para protestar en contra de la mano dura del presidente. No obstante, como aclaró Esparza, el motivo de la marcha era protestar contra Trump, no contra la Patrulla Fronteriza.
Esparza, de 30 años, ha presentado a agentes de la Patrulla Fronteriza en la portada de dos números de Mi Caléxico, una revista que edita y distribuye de manera esporádica en su ciudad de 40.000 habitantes.
Los agentes de la Patrulla Fronteriza son parte de la comunidad”, afirmó Esparza.
NATALIA NUNEZ, ESTUDIANTE UNIVERSITARIA EN CALÉXICO, CALIFORNIA
Ser parte de la Patrulla Fronteriza es algo normal en estos rumbos. Tengo tres primos que son agentes. Tengo amigos cuyos padres son agentes. Se supone que no deben hablar de ello. Me pregunto cómo pueden dormir por la noche si tienen que encerrar a niños en jaulas como animales.
David Kim, de 44 años, jefe adjunto del sector de El Centro de la Patrulla Fronteriza, es hijo de un inmigrante surcoreano que trabajó para el Servicio Postal. Él ha estado en la Patrulla Fronteriza desde el 2000.
Cuando se le preguntó sobre la relación de la agencia con la comunidad, mencionó el cierre gubernamental que comenzó en diciembre de 2018, cuando Trump estaba enfrascado en una disputa con el congreso dado que quería fondos para la expansión del muro fronterizo. Los restaurantes ofrecieron vales de comida a los agentes de la Patrulla Fronteriza, quienes estaban trabajando sin recibir su sueldo. Las academias de jiu-jitsu y los gimnasios les ofrecieron pases gratuitos. El quiropráctico de Kim no le cobró su copago.
Kim, sentado en el edificio del cuartel principal del sector, guardó silencio durante un minuto mientras hablaba de ello. Las lágrimas corrieron por sus mejillas. “La comunidad”, dijo por fin, “dio la cara por la Patrulla Fronteriza cuando estábamos de licencia”.
Sin embargo, con el ambiente de tensión en el país por la política migratoria, la hostilidad puede surgir incluso en el interior de las familias de los agentes.
BRANDON JUDD, PRESIDENTE DEL CONSEJO NACIONAL DE LA PATRULLA FRONTERIZA
Apenas hace cuatro días recibí de un familiar uno de los correos electrónicos más desagradables de mi vida. Hablaba de cuán malos somos. De cómo los dólares de los contribuyentes no deberían usarse para maltratar a los individuos.
La Patrulla Fronteriza (que opera en comunidades a lo largo de la frontera cuya población casi siempre está compuesta principalmente por hispanos y gente que tiene una actitud hostil, aunque no explícita, contra la agenda migratoria de Trump) se ha vuelto más abiertamente política que en cualquier otro momento de su historia.
Los agentes han desarrollado una fuerte lealtad al presidente, a quien muchos de ellos ven como el primer jefe de Estado que se toma en serio la seguridad fronteriza. El Consejo de la Patrulla Fronteriza tomó la medida inusual de apoyar a Trump en 2016. Esta es una postura que le ha dado a la Patrulla Fronteriza un canal directo e inusual a la Casa Blanca, pero también ha creado fricciones en las comunidades fronterizas de mayoría demócrata.
UN AGENTE CON DIEZ AÑOS DE EXPERIENCIA EN EL SUR DE TEXAS
En lo personal, no me he encontrado con agentes que estén en desacuerdo con las posturas de Trump sobre la seguridad fronteriza o la inmigración. Los agentes, independientemente de que su origen étnico sea hispano, latino, negro o blanco, tienen una mentalidad fuertemente centrada en la seguridad fronteriza. Así que adoran las propuestas de Trump. Lo que odian, lo que resulta contraproducente, es el sentimiento totalmente opuesto del Partido Demócrata.
Los legisladores demócratas han acudido en bandada a la frontera de Texas en semanas recientes, donde muchos han celebrado conferencias de prensa para criticar las condiciones de suciedad y hacinamiento en las que se tienen a los migrantes, incluidos los niños, a algunos de los cuales no se les cambia el pañal y se les alimenta poco o nada.
Los agentes mencionaron que han tratado de hacer lo mejor posible —algunos compraron juguetes para los niños bajo su custodia—, pero que se sentían rebasados por la cantidad de nuevos detenidos.
UN AGENTE EN EL SECTOR DE EL PASO
‘Ay, ese niño es tan tierno’ se convirtió en: ‘Ay, ahí viene otro, y otro’. Hemos hecho más por esos inmigrantes extranjeros que los senadores y congresistas que han venido aquí. Vienen y hacen todo ese escándalo, pero al día siguiente se suben a un avión y regresan a su casa. No se llevan a ninguno con ellos, ¿o sí? Se van a su casa donde tienen agua, una cama cómoda y agradable, y mientras tanto, nosotros nos quedamos a lidiar con ellos.
La cultura de la Patrulla Fronteriza es descaradamente autosuficiente y dominada por hombres. Los agentes, la mayoría de los cuales son varones, operan principalmente solos en el desierto y los matorrales, y no llevan cámaras ni en el cuerpo ni en el tablero de su patrulla.
Solo un cinco por ciento de los agentes son mujeres. Algunas agentes entrevistadas se expresaron muy bien de la agencia y de sus colegas hombres. Otras describieron una cultura de acoso sexual en la que las mujeres eran menospreciadas, ignoradas para los ascensos y agredidas sexualmente por compañeros de trabajo. Un supervisor en Chula Vista, California, se declaró culpable en 2015 de cometer perjurio ante un oficial federal y de siete imputaciones de voyerismo en video, pues admitió que había colocado una cámara de video en un desagüe del sanitario de mujeres.
En un recuento por escrito del tiempo que pasó en la agencia, Budd describió que las mujeres eran obligadas a practicar sexo oral a compañeros y tenían que tolerar etiquetas humillantes. “Nunca conocí a una agente que no fuera víctima de los agentes masculinos”, dijo.
Sin embargo, el trabajo ha cobrado una factura psicológica y mental tanto a hombres como a mujeres.
De 2007 a 2018, más de cien empleados de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, muchos de los cuales trabajaron como agentes de la Patrulla Fronteriza, se suicidaron. Ross Davidson, que se jubiló después de veintiún años en la agencia, mencionó que está seguro de que el estrés laboral fue un factor que los motivó a cometer ese acto.
La monotonía repetitiva de hacer lo mismo una y otra vez y no ver resultados, ver que no tiene fin y que nada cambia”, comentó Davidson. “Eso cala cada vez más hondo y se va agravando gradualmente”, agregó.
SERGIO TINOCO, AGENTE EN EL VALLE DEL RÍO GRANDE DE TEXAS
Ahora, con toda esta retórica, en realidad tengo que ir a casa, donde quiero relajarme, y escuchar a mi esposa decirme todos los comentarios que le han dicho y a mis hijos decirme todo lo que han escuchado. Así que, ¿en qué momento me puedo relajar? El único momento en el que me relajo es cuando tengo los ojos cerrados y estoy profundamente dormido.