En la opinión de
El arte de la fuga
Desiderio García Sepúlveda
Silenciar a las mujeres
Cuando el Fondo de Cultura Económica(FCE) anunció su plan de distribuir más 2 millones de libros a jóvenes de 14 países de Latinoamérica, el gesto parecía noble: democratizar la lectura y tender un puente entre generaciones. Pero bastó revisar el catálogo para descubrir que la iniciativa tropezaba con la equidad: de veintisiete títulos, veinte pertenecen a hombres. Lo cual no es un detalle menor; es la prueba de un gobierno que sigue sin escuchar otras voces.
El argumento para justificar este disparidad de Paco Ignacio Taibo II, fue decir que la generación del boom fue mayoritariamente masculina. Lo que suena más a excusa que a contexto. La historia latinoamericana está llena de autoras con obra y prestigio: Elena Garro, Rosario Castellanos y Gabriela Mistral, entre muchas otras. Ninguna ausente por olvido ni por “problemas de derechos”, como se insinuó, sino por una decisión que delata algo más profundo: la persistencia de un canon que se piensa universal, pero muestra su sesgo machista.
El episodio se agravó cuando el propio director del FCE intentó defenderse con una frase tan desafortunada como reveladora: “No hay que publicar un poemario horriblemente asqueroso de malo solo por ser de una mujer.” La discusión dejó entonces de ser sobre equidad literaria para convertirse en una lección sobre lo arbitrario que es el poder, ya que los prejuicios de un funcionario son los que deciden: qué es bueno, qué merece circular y, sobre todo, quién tiene permiso de contar la historia.
El problema no es anecdótico. Cuando la principal editorial pública del país excluye de su catálogo las voces femeninas, esa omisión se multiplica. Las bibliotecas escolares, los programas de lectura y los jóvenes que se acercan por primera vez a la literatura latinoamericana heredan una visión incompleta del continente. Y la solución improvisada de la presidenta Sheinbaum sobre crear una “colección de mujeres” no corrige el error: lo formaliza. Convertirlas en categoría aparte es otra forma de marginarlas.
Si la meta es formar lectores críticos, el primer paso es ofrecerles una mirada más amplia y justa del mundo que leen. Las políticas culturales deben revisar sus criterios, transparentar sus procesos y asumir que la equidad no es un gesto simbólico, sino una práctica consciente.
La justicia literaria para muchas escritoras no se consigue repartiendo millones de libros, sino eligiendo bien qué libros se reparten. Si en el pasado fueron silenciadas por el prejuicio de editores, marginadas de los apoyos del gobierno y menospreciadas por sus colegas. Las actitudes actuales por parte del gobierno en vez de modificar el paradigma, solo demuestran lo poco que las cosas han cambiado.