
En la opinión de
El ARTE DE LA FUGA
Desiderio García Sepúlveda
Nos llueve sobre mojado
Cada temporada de lluvias, México vuelve a repetir la misma tragedia. Los pueblos y ciudades se inundan, las familias lo pierden todo y las autoridades llegan tarde. Lo que debería ser una emergencia excepcional se ha vuelto una rutina nacional. No vivimos desastres naturales: vivimos desastres institucionales.
Esta semana pasada, más de 40 personas murieron y cientos de comunidades quedaron damnificadas en Veracruz, Puebla, Hidalgo y Querétaro. Los sistemas “Jerry”, “Priscilla” y el disturbio tropical 90E dejaron a miles sin casa ni servicios. En Poza Rica, las calles se convirtieron en caudalosos ríos; en Hidalgo, decenas de poblados siguen incomunicados. Mientras tanto, los funcionarios emiten comunicados y las promesas de apoyo suenan huecas frente al agua que sigue subiendo.
Desde que el Fondo de Desastres Naturales (Fonden) desapareció en 2020, los estados quedaron sin una herramienta real para reaccionar con rapidez. Lo que antes permitía liberar recursos inmediatos hoy depende de trámites, oficios y autorizaciones federales. Las familias, sin embargo, no pueden esperar a que el gobierno apruebe una partida económica: necesitan comida, techo y caminos transitables ya.
La ayuda llega, sí, pero a cuentagotas. Ejército y Marina reparten despensas, levantan refugios y restablecen servicios, pero lo hacen en medio del caos. No hay planeación ni prevención, solo reacción. Cada municipio improvisa como puede y los damnificados sobreviven gracias a la solidaridad ciudadana, no a la institucional.
En las comunidades más afectadas no se discute de austeridad ni de fideicomisos, sino de impotencia. La gente vuelve a limpiar su casa con escoba y trapeador, a rescatar los pocos muebles que quedan y a cargar a los niños sobre el lodo. Saben que el gobierno no volverá hasta que otra tormenta vuelva a ponerlos en los titulares.
Porque el problema en México no es la lluvia, sino el olvido. El Estado ha confundido la austeridad con la ausencia y la prevención con un gasto innecesario. Cada año, el agua nos recuerda lo mismo: que la falta de recursos y la desmemoria gubernamental son las verdaderas causas de nuestras tragedias. Y mientras no aprendamos eso, seguiremos midiendo cada tormenta por el tamaño de la negligencia de nuestras autoridades y no por la cantidad de lluvia que cae.