Morena gana hasta cuando pierde.

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El arte de la fuga

Desiderio García Sepúlveda

La elección judicial del pasado primero de junio no fue una fiesta democrática, fue una escenografía vacía. Mientras el gobierno federal presume con bombo y platillo que los candidatos fueron elegidos por “mandato popular”, la realidad es que el proceso se celebró en medio de un desinterés abrumador: apenas uno de cada diez mexicanos acudimos a las urnas. Los números son claros: con una participación ciudadana que ronda entre el 12 y 13 por ciento, ­­—la más baja desde 1994—. Y eso, sin contar los más de 21 millones de votos nulos o en blanco, no hay forma honesta de disfrazar este resultado como un éxito.

Lo que se presentó como una democratización del Poder Judicial terminó convertido en un mecanismo para legitimar con votos un control político ya planeado desde Palacio Nacional. Morena no solo diseñó las reglas del juego, también eligió a los jugadores y ahora controla el tablero completo: obtiene la Suprema Corte y el Tribunal Disciplinario. Todo bajo una mayoría que, si bien es legal, carece de respaldo ciudadano real.

La narrativa triunfalista no resiste la contundencia de los hechos. ¿Cómo se puede hablar de legitimidad si el 88% del padrón electoral decidió no participar? La ciudadanía no se sintió convocada porque este proceso fue opaco, técnico y profundamente vertical. El supuesto avance democrático terminó siendo una farsa. En lugar de entusiasmar, generó apatía.

Dentro de Morena, el clima no es de celebración, sino de ajuste de cuentas. La meta no alcanzada —17% del padrón— ha despertado la incertidumbre sobre una próxima cacería interna. Se culpa a la llamada “ala dura” por su fallo en la movilización. El discurso oficial triunfalista es solo para las cámaras; tras bambalinas, ya se afila el hacha.

Y mientras tanto, la oposición observa, calla y otra vez desperdicia la oportunidad. No hay una estrategia alternativa, ni siquiera una lectura seria del momento. El “por ellos votan menos”, frase lanzada por la presidenta Sheinbaum como burla, refleja no solo el nivel del debate, sino la certeza de que la oposición no representa un riesgo real. Morena se impone incluso cuando tropieza.

El único giro inesperado fue el ascenso de Hugo Aguilar Ortiz, el abogado mixteco que se perfila como el candidato con la mayor votación para presidir la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Una salida salomónica que evitó premiar a las ministras obradoristas Lenia Batres y Yasmín Esquivel, quienes se enfrentaron en una competencia sin tregua por el poder. Pero ese gesto no alcanza para hablar de pluralidad ni equilibrio.

A partir del primero de septiembre, el Poder Judicial será completamente de Morena. Lo lograron, sí, pero al costo de vaciar el proceso democrático de contenido. Ganan el poder, pero no la legitimidad. Y esa factura, más temprano que tarde, se pagará.

La democracia no se construye con discursos huecos ni con urnas vacías. Se sostiene en la participación, la transparencia y el contrapeso real. Nada de eso ocurrió el domingo, y lo que viene no pinta mejor.

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